sábado, 3 de julio de 2010

Un día de esos que uno respira más de 10

Después de la llamada de la genial productora de éste viaje, que nos dio posibilidad de vivir otro día en la ciudad de Bogotá, la señora (del servicio) del hostal Judío nos dijo que para afuera.

Buscamos en el mapa (más perdidos que embotadatos) la ruta hasta el barrio Soledad, un hotel, o habitaciones en una casa de una señora llamada Blanquita (que tiene un hijo vago y jodón (lo supimos luego). Lo único malo), y que es recomendadisima, si se va a quedar en la fría capital. Colchones blanditos, y televisión en la pieza, y ventana que muestra una obra sin terminar que la alcaldía está haciendo. Y hasta parqueadero tiene. Y el desayuno es deli.

Dejamos la moto guardada, y cogimos un bus hacia el Parque Simón Bolívar, allá comenzaba el Rock al Parque. Era el día del Metal.
El chofer no nos dijo nada, y nos bajamos en la parte más lejana. En fin. Lindo parque, sólo que solo no se ve bonito. Se escuchaba en el fondo los sonidos guturales y "virtuosos" del metal.
Nos metimos en medio del montón de gente de negro, ya teníamos los zapatos quitados y la cédula en las manos, y me hicieron botar el tarro con agua, y luego me dijeron que la cámara no se podía entrar, y me señalaron el mismo letrero que leí el año pasado (y que si me la dejaron entrar), y le dije qué por qué, y la respuesta fue: "Si la entra, se la botan en el próximo control".
Me causo mucha simpatía la respuesta, me reí, le alegué, y me sentí un poquito como la señora de Tu Boleta (o qué Boleta!) y nos sentamos a ver cómo requisaban y le pegaban, y insultaban (la policía nacional, por supuesto) a algunos "desadaptados".

Esa fue nuestra experiencia de Rock al Parque. Una decepción más de unas autoridades que se jactan de la tolerancia y la convivencia y el "acceso gratuita a la cultura", a sabiendas que están cagados de miedo con la masa que viste de negro (o el color que sea), y creen que la gente que tomamos nuestras fotos personales tenemos en los bolsillos o en las manos una arma mortal y perjudicial para la nación.

Nos comimos un perro de esos de 2500 que dan con Big Cola (la coca cola de los pobres), y nos animamos a preguntarle a otro habitante de está linda ciudad "qué hacer para ir a tal lado". Y como pocas veces, nos ayudaron, tal vez porque eran Policías (bachilleres).

Ya en el bus, a las pocas cuadras, nos dimos cuenta que, otra vez nos dieron mal la indicación, y entinces decidí (porque Dani sólo se sentía perdido), que nos fuéramos hasta alguna parte en ese berraco bus de San Francisco/Candelaria en dirección apuesta a la que nosotros, unos desparchados que pagaron hotel para soyarse la fiesta de (gratis) de la música, y que ahora no sabíamos que hacer para llenar ese día soleado que nos hacía quitar las chaquetas y sonreír a cada escena bonita que protagonizaban la luz y la gente afuera en la calle.
Nos bajamos cuando llegamos a donde comienza la montaña llenas de casas,

Y de nuevo confiamos en un señor Bogotano (ya del sur) que nos hizo esperar 30 minutos (quizá menos) en la dirección en la que no nos servía. Lo bueno es que otro busero nos hizo caer en la cuenta, y ahora sí, rumbo al centro de la ciudad, que en mis pocos conocimientos, era lo poco que podíamos hacer con poca plata.

Nos soyamos los venteros, y cuenteros en el bus. Caminamos desde la calle 0 hasta la candelaria, y nos gustaron las montañas con sombras,

y detestamos a los polis (otra vez!) que nos hacían borrar las fotos (de un escudo de Colombia, por Dios!!), y nos dió el sol en la cara mientras comíamos churros en la Plaza de Bolívar,

y vimos caer el sol mientras escalábamos al Chorro de Quevedo,

y claro, que mucho loco y extranjero, y mucho graffiti, y perros (animales) que lo miran a uno fijamente, y fiesta en el Chorro, y mini escuela de malabarismo, y (acelero este relato, pues me tengo que acostar para mañana viajar de nuevo, luego ven el video)y canelazo con guaro en la Jimenez, y caminar por la Séptima a cuatro ojos, y chocolatico en La Florida, y más caminada por calles llenas de gente, y bus, y caminada por calles desconocidas con casas bonitas, y dos compras (entre ellas la plata para tener internet), y ahora que les tecleo éste relato con el TV en mute, pienso que hay mucho gente hija de puta en ésta cuidad (qué lastima), pero que el problema es de uno que es tan buena onda e/o inocente. Y que las mini vacaciones están que terminan y que no tengo ningún balance, solo preguntas. Y que todo el trabajo retrasado, lo debo hacer cómo hoy, aguantandome la rabia de no ser cómo el mundo, o que el mundo sea cómo uno; y dejar que todo fluya, que siempre todo sale.
Lo dice Deciderata, el mundo marcha cómo debería, uno es el que sale de la casa a quererlo cambiar.

3 comentarios:

Ana Maria Vallejo dijo...

Viajar es una cosa muy bonito, uno se va buscando respuestas y encuentra preguntas, se va buscando preguntas y encuentra respuestas que no buscaba. Y lo mas bonito como siempre me has dicho que para conocer una ciudad es andar perdido. Espero las historias a viva voz y a vivas preguntas. :D

La gente normal dijo...

Estuve en Bogotá, me subí al bus que no era, deambulé en calles extrañas, pero sabés que Reticente? me llevo otra imagen de la gente, a quienes pregunté me respondieron con honestidad y belleza, todos gentiles , amables, Bogotá nos dejó a mis amigos y a mí otra cara , otra imagen de gente buena, quizá fue fortuna, pero esa imagen de gente huraña y despectiva en este viaje se vió cambiada por que nos ayudaron con la varada, nos indicaron por donde era el camino, nos dieron "ñapa" con la compra de unos panes ( y sin regatear) a Bogotá le mando un abrazo.

Juan David Escobar dijo...

qué bueno Sandra. Yo cuando niño, de pueblo que era, tenia un corazón bonito, pero llegar a una ciudad te lo va endureciendo. No del todo, porque siempre hay gente como vos que quieren tener dias y viajes bonitos, tranquilos.

Existen, y estam por ahi, hay que cuidarlos y agradecerles, porque con ellos, la vida es más sabrosa.

:D