En días de mucho movimientos de marca, y de calor, y de frenesí ferial, yo les vengo a hablar de la panelita que me comí hoy.
Deliciosas como las de doña Flor, o Marleny, que tenían puesto al frente del toldo de mi papá, en la plaza de mercado de mi infancia.
Con Coco. Pedazos de coco que nadaban en agua todos los días de la semana en un frasco transparente. A 100 el coco, y a 100 la panela negra, y a 200 la blanca. El “Casao” ideal para un sábado en la tarde.
O para un martes. O para cualquier día. Lo aprendí cuando compraba panelitas en todos lados. A la salida de la escuela. A los mangueros. Al señor de la tienda.
Me gustan las blancas, las de leche. Deliciosas, en serio.
Un día, por cosas de la amistad, llegue hasta una casa donde el papá del amiguito estaba haciendo panelitas en una pailas grandisima. Vi la magia, la masa, la cantidad absurda de panelitas, que salí cansado, y me demore en volver a comer alguna.
Se que me moriré de azúcar. Y una de las culpables será las panelitas.
Tengo que ir pensando en comprar coquito y tener en la nevera en un frasco con agua. Si me muero, que sea con el casao completo.
1 comentario:
A mi me gusta el coco con panelita- O con velitas. Eh, bonito, muy bonito. Las panelitas menos, pero son ricas.
Publicar un comentario