Claro, pura envidia le tuve al gordito, que era hijo del panadero, que en la escuelita poseía ese morral de cuero que tenía las letras ABC en relieve y a color. ¡Maldito! Creo que lo envidié tanto, que un día después que tocaron el timbre del recreo y que nos habíamos quedado jugando a un gol más a riesgo del castigo, el gordo se reventó la rodilla en un escalón del patio mientras corríamos de regreso al salón. Creo que fui yo el de la mala energía: lo envidiaba por rico, y porque alcanzaba el mesón de la tienda que a mí me superaba por muchos centímetros. ¡Perro!
Envidié a los niños blancos, y con cara bonita, y con familia con plata y de buen apellido. Ellos se quedaban en las "chuchas americanas” y “chinas” y en los juegos de "pico de botella" con las niñas más lindas, que con tiempo se convirtieron en reinas de todas las frutas y tradiciones de mi pueblo. ¡Pirobos! menos mal salieron maricas casi todos!
Cuando chico (todo es cuando chico!), la envidia cuando adultos es más mala, ya verán.
Cuando chico siempre envidie la zurda de los amigos calidositos (ya sean en las bolas, en el fuútbol, en las peleas). Envidié babeado el buen pulso, la buena puntería, de los más gamines del combo, que eran capaz de hacerle rotos a los panales, descalabrar enemigos, bajarse de un tiro la gajera de mangos. Yo solo tenía una diestra que hacía las cosas simplemente bien.
Es obvio que envidie a todos los que ya no eran "cachuchos", a los que a punta de paja había sido capaz de dejar de ser vírgenes, y luego, en las orinadas, podían decir que se había comido hasta la mamá. ¡Malditos! Seguro todo mi odio les ha beneficiado a tener una vida de mierda. Eso espero, y ruego!
No saben cuánto envidié a los que salían al frente del salón y podían exponer sus ideas clara y divertidamente. Yo siempre fui capaz de perder la nota con tal de no pararme allá y hablar pasito (entre los dientes) y ponerme la cara roja o pálida como una hoja.
Siempre miré con envidia de la mala a los que se ganaban todo. Hasta las rifas hechas en hojas de cuaderno, rifado por la Lotería de Medellín y que daba un premio de 1 pollo asado más Cocacola, se ganaban esos pendejos y pendejas. ¿Y yo? Ni mierda! No me he ganado ni una bala perdida.
Y en silencio tuve envidia de los que tenían hermanos mayores a quién imitar y de quién recibir consejos e influencias. Yo desgraciadamente fui el primero de mi familia, el primer primo de todos, al que todos no imitaron ni escucharon ni se influenciaron. Qué desgracia la de mi familia conmigo a la cabeza.
Y por supuesto, envidié mucho, muchísimo, a los amigos que tenían el “verbo” para conquistar las chicas que quisieran. Soy de la especie: “guevas” que piensan que todos los temas son tontos, que las chicas sienten asco por mí, y que me da pena mirar a los ojos, y que lo mejor está por dentro, y esas bobadas. Otro como yo no nace.
Puedo decirles, antes de pasar a las envidias adultas, grandes, mayores, como para hacer una transición entre la niñez, la adolescencia (bendita época donde uno envidia de todo) y la mayoría de edad, que envidie con todo el amor a los que no tenían las orejas grandes y salidas, a los que median más de 1 con 80, a los que no tenían caratejos en ningún parte del cuerpo, a los que tenían un pene grande (o eso cañaban), o bueno, a los que tenían los pectorales normales, y los que no tienen un huesito en el hombro que les impida cargar cosas sin que duela, y obvio, envidié a los de ojos azules y bocas finas, y a los que tienen el cabello normal y no esta enredadera de pelos que de un lado es así y del otro es asá. Los envidié sin odio, para no hacerme daño, para que mis defectos no se resintieran.
Y así, lográndome soportarme con todas estas envidias, y he llegado no sé cuándo y no sé cómo a ser grande y tener unas envidias diferentes.
Pues, por ejemplo, ando envidiando a cuanta pareja se besuquea en la calle y se dicen: “Te amo miamor”, o cualquier cursilería de esa que el amor genera por montones, y envidio a los que corren de la mano porque sí y porque no en un día de lluvia, y envidio serenamente a los amigos que hablan con pasión entendiéndosen hasta los silencios mientras se toman un tinto. Envidio un tantico no más a los que bailan y ponen a bailar, y mucho mucho a los que son buenos para cantar, tan buenos que lo ponen a cantar a uno. Y requeté envidio al que es capaz de callar por horas, y así lo insulten, no está como yo alzando la mano y opinando hasta en lo que no le incumbe. Envidio la "buena presencia" del resto del mundo, a los que se les sientan al lado en el bus y hasta les conversan, porque mi silla siempre es la ultima que alguien elige por ocupar. Envidio a todo el que está feliz, con buena energía, llenos de ganas de hacer las cosas, mientras yo ando sin ´fuezas´ para hacer ná. Sonrió de pura envidia al ver alguien feliz con las cosas sencillas, a los que viven en el campo y se ponen contentos porque está bien de salú, porque andan naciendo mariposas o el perro amaneció juguetón.
Miro con sospechosa envidia a los que dicen qué saben para donde van. A los que dicen que su hijo les cambió la vida. A los que mencionan que ya lo hicieron todo.
No son envidias de odio y de putería de las cuales me llené en mi infancia. Ni las lastimeras y absurdas de la adolescencia. Ahora es una mezcla de queja fugaz, de querer ese algo esa acción ese momento esa actitud y guardarla en el disco duro para algún día pueda ser ese que envidien, pero serlo con toda, con gusto, sin perder la sorpresa ni mucho menos sentirse supremo, sólo añorar, lamberse, soñarse con una especie de putería, de lástima, de queja o maldición, que es la envidia por un auto bonito que pasa, o el trabajo que anda haciendo un conocido, o la inteligencia de tal desconocido, o la espalda libre de nudos y estréses de los deportistas.
Ahora cada envidia, como cuando veía a los niños comprar Halls o MyM en el pueblo de mi niñez, o cuando un amigo era un líder bacano y todos lo seguíamos ciegamente, o ahora cuando envidio hacer tal cosa por siempre, todas ellas, las trato de hacer posible. Que sea real, tangible, una experiencia más de mi vida. Es como un reto. Como excusa para vivir un día más. A por las envidias!
Lo que no soy capaz de llevar a cabo, por excesivo o problemático, trato de verlo como paisaje, y obvio, no miro ese paisaje, no entro a revisar cuánto vale el Iphone que envidio, o no voy a los parques a ver “contar plata delante de la gente”, ni me voy a una feria de súper dibujantes para que restrieguen su talento en la cara, ni mucho menos me voy a sitios cooles para querer todos las maricadas que están de moda que bien divertidas y envidiables son.
Por ahí leí que la envidia es el único pecado que uno no disfruta, que el resto de pecados capitales son de gozo, de placer y de excesos. Envidiar es faltarle, es saber que qué chimba leerse todos esos libros, que te haría muy bien ese aparato, o esas palabras, es ver en otros y en otras cosas que de "one" te gustan, que de inmediato te hacen sentir que adentrico recién se ha generado un vacío, como si eso que apenas ves y envidias, te fáltese desde hace mucho tiempo. Algo así es la envidia, un vacío inventado, que uno quiere llenar, ya sea con la imaginación o con el esfuerzo real, para uno estar más lleno cada vez más.
Y como decían en el Chavo del 8: “La envidia nunca es buena, mata el alma y la envenena”.
Como vieron, mis envidias son de las buenas, porque mi alma es de las malas.
*"Siempre envidié" es un texto que escribí para un reto de Pecados Capitales de una amiga de twitter. En su blog, a conocidos y anónimos, les causo como gracias, como furia, como incomodidad. Sé lo que siente, envidiosos!!!
2 comentarios:
Parce. El dicho de El Chavo es con "la veganza". Y bueno, de la envidia, comparto esa de las parejas que "cuentan plata delante de los pobres". Qué hijueputa antojo tengo.
jajajajaja La venganza? jajajajaja será que envidié siempre la venganza? Oh Dios!
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