El pelao cogió el balón con ganas, y lo puso en la esquina, y pateo como los mejores.
Olímpico, si señor.
Esta escena me recuerda a mi papá gritando desde la tribuna cosas, y los jugadores peliandole, y los árbitros parando partidos hasta que no saquen "a pillo", e hinchas detenidos por policías, por las bobabas que decía el cucho.
A mi me daba pena estar cerca, pero salí más gritón que él. Fuí barrista furibundo. Fuí jugador que no "comía de nada" cuando me gritaban desde las gradas.
El compañero de al lado, culpable que volviera ver la pony en el 2010 (así sea a ver 1 partido y medio), me contó que un padre, cuando en semifinales (de Bello) su niño metió un gol, era llorando y gritando "mi hijo metió gol".
Por lo menos mi padre gritaban charruras, y no iba animarme y llorar por mis escasas hazañas en los deportes. Unas veces lo culpo de que no me apoyo, otras le agradezco.
Solo una vez me apoyó, y me sorprendió de verdad. Estaba corriendo los 12 kilómetros de la carrera infantil en el calor infernal de Bolombolo. Ya habíamos ido por una carretera linda que se mecía por el vaho de los 35 grados en bicicletas de "Cross" que iban soltando caucho en el pavimento, y cuando faltaba los 500 metros finales, en plena zona urbana de ese caserío famoso, mi papá salio entre la multitud y comenzó a gritar: "A fondo, a fondo, a fondo!!" Mi papá estaba feliz pero serio, y me estaba animando. Llegue entre los 5 primeros. Algún día conté que me dio un tinto después de felicitarme.
Ese día lejano, fue como si hubiera metido gol y mi papá hubiese llorado.
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