“Ahí echandome la murga, dizque un niño que paso quebró el vidrio. Que no es de por aquí”.
Fui a la pieza, encendí el bombillo, y vi los vidrios en el suelo
Espere hasta el otro día para tomar las fotos del vidrio y la ventana, pero salí en la madrugada, pero cuando regrese, mi hermano me recibió con la noticia que había quebrado otro.
El balón queda en manos de esta casa, y sabemos exactamente que estas ventanas son un objetivo muy apetecido, pero nunca pensamos que los chinos iban a quebrar dos vidrios, y los adultos (hasta la fecha) ninguno. Ya nos lo habían advertido, ya lo esperábamos. No sé si lo pagaremos, eso no sé.
Devolvimos el balón, con el grito de “no volverlo a hacer”, de lo contrario, “lo pagan”. Tal y como nos habían dicho toda la vida todos los “gruñones” que nos rajaban los balones y llamaban a la policía. Ya somos grandes, ya estamos de este lado de la película.
Cuando en San Judas quebrabamos un vidrio, corríamos hasta la esquina, y allá discutíamos quién se haría responsable o si no había que pararle bolas o si teniamos que ponerle más cuidado en la próxima. Siempre odiábamos al que rajaba el balón, o nos echaba a los “tombos”, y luego le dábamos con más ganas a la pared donde estaba el enfermo, o en la parte del garaje que hacia más bulla, o a la columna que sabíamos que tenia una repisa llena de cerámicas.
Entendemos a los niños, por eso les jugamos con la estrategia más efectiva, no siendo chévere con ellos: No darles agua, ni ponerles conversa, ni respondeles las preguntas.... no pararles bolas hasta que no se pongan serios y dejen de poner los vidrios de malla.
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