En un día con el corazón raro por pensar todas las cosas al tiempo, llegue a la oficina corriendo. Me miré en el espejo, me arreglé el pelo, me limpié la cara que siempre está mugrosa por caminar la calle.
Sonó el teléfono de nuevo. Era Mónica preguntándome donde quedaba. Le dije, y comencé a organizar todo para salir en la Televisión.
Siete tomas, u ocho, no sé cuantas, pero yo sé que es normal. Y sé cómo se hace lo que me hicieron. Todos los días lo hago, es como me gano la vida. Mientras me miraba al espejo, pensaba que yo habia estudiado “Producción de Televisión” para no salir en la televisión. Es más, sé que nos soy televisivo, ni radial, ni nada. Soy un man raro que ha perdido su tiempo desde niño al frente de pantallas, y que sentado en el mueble viéndose cuanta basura había, o mirándose al espejo, pensaba que lo único que había que hacer era estudiar eso que me gustaba tanto, para crear la magia del encanto, para contar historias, para retratar el mundo.
-“¿Juan David qué?”
-“Escobar”
-“¿Y qué haces?”
Recuerdo que a estudiando me di cuenta que nunca sabíamos mucho de una cosa, pero sabíamos habla de todo. Que anotamos el nombre del “invitado de hoy” en un papelito que se nos perderá. Que después de la entrevista o testimonio o escena nunca volveremos a vernos con quien nos ayudó a llenar el hueco del programa o guión que teníamos por hacer esta semana.
Como dicen los fotógrafos que han ido a registrar a las tribus nómadas: “Ellos no se dejan tomar fotos porque creen que se les roban el alma”.
Y si. Es algo místico, eso de ser grabado, de ser preguntado, y luego ser editado y transmitido. Te conviertes en una imagen ubicable, transformable, borrable, desaparecible. Sos visto por tantas máquinas y ojos, que en ultimas lo que sales siendo es un momento, un instante, una frase, una entrada o una salida.
Yo sé todo eso. Y mientras “la colega” hablaba con la asistente, y con “lucho” que si podía más larga, que el tiempo no le daba, yo pensaba que hago bien haciendo TV, y hasta viéndola, pero que saliendo, echando un discurso por la misma pantalla donde todos ven el Alcalde o las cabezas pensantes, me parecía una locura a la luz de los años de oscuridad, de no salir al tablero, de no leer en publico, de no hablar ingles por la pena que me pregunten, “dígalo de nuevo, y más duro”, de no gritar “A la orden!” en la plaza de mercado, de no salir a la calle porque afuera estaba esa chica que me sonreía. ¡Que despropósito!
Obviamente, la última quedo “¡Perfecta!” Yo sé que no es perfecta, y que no salí bien, y que mi cara aun brillaba, y que se me olvido mencionar muchas cosas, y se me olvido mirar a la cámara y hablarle a los pelaos de mi generación, y que seré un fragmento más de un programa largo.
Mientras me despedía del equipo de grabación de Altavoz Televisión, pensaba que estudié para sacar a la gente con la cara brillante, pero con una sonrisa. Que todos los días salgo a sacar a la gente en la TV, y que nunca más nos veremos, pero que ese momento debe ser bonito, tranquilo, divertido. Se que eso se notara en la TV, y que él, o ella lo notaran en la pantalla de la Televisión. Estudie para decirle al invitado; “Acomódate el pelo”, “Córrete la camisa”, “Tranquilo”. Trato, en la medida de lo posible, que los entrevistados, y los rellenos y frases de mi guión sean dichas por gente bonita, por gente sincera y humana, que en lo ojos, en las manos o en las palabras se note que están viviendo y cambiando el mundo.
Se que se me olvido decir muchas cosas. Pero no sé si mañana volveré aparecer en la pantalla que emboba. Se que me encanta robarle el alma a la gente, para mostrársela a la otra gente. Pero no se si mañana la gente tenga alma, y si la otra gente quiera ver algo.
Nos trasladamos
Hace 12 años
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