Luz Dary García Escobar.
Ella era la única, creo, que tenia el apellido García, el del padre, o sea, mí abuelo, al que nunca conocí. Porque mi papá solo tiene el Escobar, de mí abuela, a la que sí conocí. La teoría es que se lo “dio” el apellido para que estudiara. Pero la verdad, la tía nunca estudio. Es más, jamás escuche sobre el tema de su educación, ¿si habrá estudiado?
Lo que sé, es que siempre trabajo, siempre fregó y se movió. Eso la mato. Bueno, la mato su corazón, la mato vivir tanto por los otros, encargarse de los sufrimientos de tantos sabiendo que eran suficientes los sufrimientos propios.
La recuerdo dándole plata a mí papá, ellos eran unos parceros. Siempre se ayudaron, se aconsejaron, se mintieron para que el otro no sufriera. Eran hermanitos.
La esperábamos en la puerta derecha de la candelaria, tal vez rodaba el año 1993, o quizá mucho antes, porque el metro aun estaba sin terminar. Nos invitaba a comer en pollos Mario, un local que aún está en una esquina del parque Berrio. No sé de qué hablaban, yo estaba ocupado mirando la inmensidad de la ciudad, la inmensidad del pollo. Luego de despedirse, de pasarsen el billetico y el beso, yo andaba con mí papá un rato, buscábamos el transporte, mirando hacia arriba, todo quedaba muy lejos, todo era muy rápido. Los ojos me lloraban por la contaminación, y Alirio me secaba las lagrimas con su pañuelo, y se reía, se veía en su hijo montañero.
Recuerdo a una Luz Dary coloretiada, siempre con su bolso, con su risa, con sus trajes coloridos, alegres, mostrones. Era una tía alegre. Tenía demasiada fuerza. Tenía trabajo, tenía una casa, una hija, un esposo, una vida… tenia plata (no mucha) pero en su bolso la cargaba orgullosa. Tenía las mismas cosas que nosotros, pero era más feliz que mi padre, que mí madre, que yo. Cuando iba a su casa en Bello, que era una casita al fondo de una terraza, me mandaba a comprar una gaseosa grande, recuerdo que era manzana postobon, recuerdo el olor de la manzana, de olor del asfalto que con el calor de la terraza se alzaba y llegaba a mis narices. Recuerdo que nos sentábamos en el suelo de cemento frio, hablaban y hablaban, y yo miraba el techo de eternit mientras pensaba bobadas, mientras pensaba en la ciudad. Miraba las paredes de ladrillo sin rebocar y las tocaba. Era una casa sencilla. Su esposo se llama Omar, es un vacan. Es una mezcla entre pillo de esquina y mejor amigo, era una nota. Era, porque no volví a hablar con él, y mí tía también termino la relación con él. No sé porque terminaron, no me importa, creo que hay hijos con otras y todo, creo que se cansaron, lo que sé y espero no equivocarme, es que se querían demasiado. No importaba lo que era Omar como figura, si fumaba o qué, eran muy felices. Él le decía mí negra.
Lástima que no hayan seguido, lastima la tristeza de Omar en el entierro de Luz, lástima que mí tía se haya muerto sin su compañía.
De esa relación salió, obviamente, una negra. Se llama Érica Yurani Osorio. En esas épocas de la terraza, de Bello en el barrio Carmelo arribita de una carnicería que estaba en la esquina, esa niñita, esa negra era un fastidio. La querían demasiado y ella odiaba a todo el mundo. Bueno, era malcriada simplemente. Incluso ahora se le salen cosas malucas. Pero también se le salen cosas de su mami. Ella es un rastro de su mami, una huella que dejo para nosotros. Tal vez Luz Dary aguanto los dos primeros infartos por ella, pensando que la iba a dejar, que qué iba hacer. Pero el tercer infarto la cogió cansada y tal vez pensó que Érica estaba trabajando, que ya estaba grande, que sí es una malaclase y una malcriada pero que la vida pule esas cositas.
Recuerdo también a una Luz Dary que bailaba, que prendía cualquier cantina-bailadero-acera con marrano. Alguna vez en la casa de mi abuela, en el barrio la cumbre, en ciudad bolívar, en unos comienzos de fiesta del arriero, recuerdo que llego y repartió plata a diestra y siniestra. Y todo el mundo feliz. Siempre el mundo se contenta con la plata, sobre todo el mundo de la familia Escobar. Pero saben qué, yo la veía tranquila, como cuando le daba plata a mí papá, era un acto sin visaje y sin mala intención, con todo el gusto, se le veía la alegría de ver al otro alegre. Luego, se le olvidaba que ella era la rica del paseo, y se iba a tomar sus rones y a bailar hasta que las patas no le dieran más, como toda pobre.
Las patas. Las piernas. Esas que le dieron todo ese dinero y la tranquilidad. Esas que la dejaron bailar. Esas que luego con la caída de los años se fueron volviendo un problema. Ya no le funcionaron, le dolían, se le hinchaban. Le dio artritis reumatoidea. Le fallo lo que la tuvo en la guerra. Creo que perdió su trabajo por eso: por enferma. Aunque también creo que aguanto mucho tiempo el dolor mientras trabajaba. Aguanto el dolor hasta el último día. También me atrevo a decir que no se cuido, que no cuido su material de trabajo. Uno es un bruto, no mide ni piensa en los años. Lo que pasa es que la vida pasa, y eso no es gratis.
Bueno, la enfermedad la fue apagando, agotando, aislando. Pasaron muchas cosas que yo tampoco sé ni me preocupe por saber. Lo que vi fue a una tia que fue perdiendo el color y el movimiento. Que la vida, esta maldita vida le dio tantos golpes injustos, que le dio en la cara sin merecerlo, que la gente que la rodeaba olvido los billetes y las alegrías, que ella olvido guardar fuerzas y plata. De una Luz Dary luminosa se fue convirtiendo en una Luz adolorida. Qué mierda.
Tuvo que venderle la casa a su nuero, el esposo de su primera hija: Luz Mirey. Otra huella de mí tía, pero esta vez de un color más claro. Nunca entendí la relación entre ellas, parecía que paliaban, que no se querían, que había rencores y odios. Luego las veía mejor, ayudándosen. Creo que Luz mirey tuvo líos con ella en la época luminosa, pero se ayudaron en la época donde más se necesitaron. Se parecían demasiado. Algunas historias del papá de Luz Mirey, Tino, fragmentos que me lograron contar ellas mismas, seguro que ocultan (ron) muchas anécdotas más, seguro que seguro. Historias que decían mucho del anecdotario de hombres en la vida de la tía, se veía que paso muy bueno, que no era ninguna boba en materia de hombres. Pero de eso no se mucho.
Tal vez Érica y Luz Mirey nunca se la llevaron bien, tal vez ahora hacen un esfuerzo por llevársela. Tal vez fue una orden de mi tía, o un ruego. No son compatibles, son el negro y el blanco. Son hijas de diferente padre, sustancias diferentes, pero una cosas que las une: la misma mamá. Y si las comparas, olvidando los razgos paternos, son muy parecidas a ella. Iguales. Pura explosión y alegría. No hay colorete pero si fuerza.
Las dos estaban en la Policlínica el día que Luz Dary le dio por irse. Las dos no sabían qué hacer. Las dos sufrían y en el fondo sabían que iba a pasar, pero ambas no querían que pasara. No importaba el pasado, esos años que solo son eso, pasado. En ese instante, y desde hace muchos años las unía la lucha por una madre que se iba apagando, una lucha más perdida que embolatada. Nunca existió dinero para devolverle a Luz Dary todo lo que dio. Y nosotros, su otra familia… ni mi papá, ni mi mamá, ni yo tuvimos ni tenemos plata que nos hiciera fácil ayudarle, se nos murió lentamente en las narices.
Yo lo único que atine a decirle siempre era que me esperara, que me aguantara unos años a que mi carrera diera frutos, que cuando eso pasara le iba a dar la vida que se merecía. Supongo que todos los que la queríamos le dijimos eso, o lo pensaron.
El que no tiene nada ofrece futuros. ¡Qué mierda! Ella me decía que si, que todo bien, pero en el fondo sabia que ni yo iba a triunfar, o si triunfaba la iba a olvidar, o que ella no iba a aguantar. Y si, paso alguna de las tres. ¡Qué mierda!
Me queda de consuelo que no le decía mentiras, que nunca le mentí, que yo luchaba hasta hace poco por ella, que era mi aliento para conseguir plata, para tener posibilidades económicas. Cosas que no me gustan, que detesto, que no anhelo, pero que pensaba un momento en esas vainas materiales pensando en mis padres y en luz dary. Así escribiendo esto me dé cuenta que la plata y la comodidad son necesarias para que nadie te humille, para (irónicamente) ser libre, para morir con dignidad, para ayudarse y ayudar a los demás.
No quise entrar cuando estaba entubada en urgencias en la Policlinica, no la quería ver así, no quería verle el sufrimiento en su rostro, no me gustaba ni siquiera cuando me ofrecía comidita en su casa y mientras me servía cerraba sus ojitos aguantando el dolor.
Yo no sirvo para los hospitales, ni para el sufrimiento. Es como si me doliera estar allí. Es como si me compadeciera de todo el que sufre.
Cuando la pasaron a recuperación pensé en entrar. Me daba susto. ¿Qué le decía? Es más, ahorita mismo, si tengo que enfrentar una situación igual no sé qué decir. Dario y ellas entraron a verla. Yo esperaba desde lejos a que salieran; para ver sus rostros. Luz Mirey era la encargada de llamar a todo el mundo, entonces salió pronto. No entendía su cara.
En la policlínica no dejan entrar a mucha gente, y nosotros éramos siete, y algunos entraban hasta urgencias adentro, Luz solo decía que iba a llevar unos papeles y de una la dejaban pasar sin problemas. Asi me entro hasta ese salon grande lleno de enfermos, lleno de sufrimiento. Dario y la negra venia muy tristes, pero no demasiado tristes, eso me esperanzo. La vi desde lejos, uno conoce a los suyos en cualquier situación, por eso es que las mujeres descubren la infidelidad rápidamente: Instinto familiar. Me le acerque. Ella decía, con la voz cansada y entrecortada, ¡Ay Juan, ahorita casi me muero! ¡Casi me muero! ¡Eso es muy duro, muy duro! ¡Casi me muero Juan, casi! ¡Ahorita!
Los aparatos a los que estaba conectada pitaban repetidamente, desesperadamente. Yo la calmaba. Solo atine a darle besos, a acariciarla, a decirle tranquila, tranquila mi amor, calmese, si tranquila, yo la quiero mucho. Y más besos. No llore. Nunca sentí necesidad de llorar. Tenía piedra. Una rabia exagerada, de verla ahí, con esa cara de haber visto la muerte de frente, de no quererse ir, de que era una pesadilla. Y yo bien realista que soy. ¿Qué digo?, ¿qué le digo? Le di más picos, la acariciaba la frente, la mano. Y le dije: Calmese, tiene que calmarse, porque… (y pensé rápidamente si era bueno decirle eso) vienen más, tiene que pensar qué quiere, porque después del primer infarto vienen los otros. Y me miro con cara de horror. Pero, qué, que quiere hacer? Cálmese, que pase lo que pase ya esta, estamos todos bien, ahorita es usted, ahorita es usted. Le di más picos. Todo esta bien. Y ella me dijo otra vez: Eso es muy duro, muy duro. Y volvía a pitar los aparatejos. Era aterrador. Obviamente más picos. Le dije cosas de la vida, de lo chimba que había sido todo, de lo linda que era ella. No se me ocurrían sino vainas bonitas. Tal vez la veía desesperada, aterrada de irse con todo mal en su vida. Quería decirle que todo fue genial, que seguro, que qué chimba, que la plata si pero que nada de eso valía la pena. Todo bien, todo bien. Y le di más picos. Y me aleje, no quería, me dolía, saque el celular, prendí la cámara mientras veía si alguien me veía hacer este acto tan triste de fotografía por ultima vez vivo a un ser querido. Porque yo sabía que era la última foto, y ella sabía desde hace mucho que yo la iba a tomar. Le dije que sonriera, qué feliz, y saco algo parecido a una sonrisa.
Luego le saque otra foto, desde más lejos para mostrar los malditos aparatos en donde vamos a terminar todos conectados.
Y me mande la mano derecha al pecho, le hice una venia, le dije: Chao miamor… Y levante la mano y le mande un beso. Le di la espalda y no volví a mirar.
Puedo hablar infinidad de vainas de Luz, no me alcanzarían los días, solo digo que en su balcón del barrio San Judas, quedo con un gran vacío. ¡“La coja” va a hacer mucha falta!
Nada más. El resto, las palabras y recuerdos, son alegrías y felicidades, por eso su muerte para mí, es un suceso bonito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario