viernes, 18 de noviembre de 2011

Dogville

Una larga, larguísima película, que debí haberme visto hace 10 años, y que me llega ahora, para ponerme a pensar de nuevo en que sí hay otras formas y otros caminos para decir lo mismo, para conmover razones, para hacer el cine.



(La peli no es lo que el trailer pinta, pero tampoco es mentira lo que muestra).

Pueblo de perros. No podía llamarse de otra forma estos pueblos y sociedades que armamos para vivir civilizadamente, donde podemos quejanos todos los días de lo mal que vivimos, de lo olvidados que nos tiene dios, de lo trabajadores y pulcros que estamos, y de lo buenos hombres mujeres y niños que somos y seremos por siempre, así después de cerrar las puertas seamos los animales más malos que existan.

Por eso Lars von trier quita las puertas, los muros, los trucos, las fachadas que no dejan ver los interiores de una América (norte, en el caso de la película) que aparenta ser justa, santa, y progresista, pero que está podrida por dentro.

Del teatro, todos sus artilujios.
De los reallitys shows, las formas de poner a convivir a un pueblo (confessions)
De la vida americana, lo provincianos, religiosos, pecadores, mafiosos, y matones que son.
Del cine, la invitacion a creer en una historia bien contada que necesita mucha paciencia y fe para ser resistida, entendía, y transmitida a esa parte del cerebro que acumula lo aprendido en las películas geniales y necesaria para seguir existiendo en los recuerdos inútiles que tanto te hacen feliz.

Los mismos pueblos polvorientos que recorrió Jack Kerouac, los mismos que los auspiciados por David Lynch recorren hoy, es lo que vemos en Dogville: estáticos, sumergidos en el letargo de los climas de los días de todos las vidas que ocurren en cuadrados que forma un pueblo perdido antes de las montañas, donde no hay otra cosa si no esperara la muerte o la suerte (buena o mala) que venga a visitarnos y justifique nuestras desgraciada existencia poética.

Bonus, para que sigas las pistas de esta rara película:

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