viernes, 2 de diciembre de 2011

A los 29 salen canas

Me miro al espejo, y sí, estoy verde, y tengo canas.

Es un día después de mí cumpleaños, o sea, el 2 de diciembre y son casi las 12 de la noche, entonces cuando termine será el 3 del 12 del 2011. Llevó tres días corriendo, tratando de atajar y empujar lo más malo y lo más bueno que me está pasando en la vida, y ya siento (y se nota en mi verdor) el cansancio y las ganas de irme a dormir por largo rato.

Mis cumpleaños, antes de hoy, antes de las canas en el pelo (y hasta en la escasa barba que me sale), era días tristes, celebraciones que más parecían despedidas de este mundo. Pero los últimos años mi familia no ha dejado que ésto pase.
El año pasado me visitaron, y yo, entre las obligaciones y el creer que comer y charlar con los compañeros era más importante, no les preste mucha atención, y sólo me les comí la torta y les recibí los abrazos.
Ya cuando se ha crecido, se entiende que vale más desaparecerse y hacer hasta lo imposible para que tu madre y tu familia cercana conozca tu paraíso (que cómo todo paraíso es difícil de ir), en vez de intentar que los que te temen o te prestan atención por respeto te acompañen siquiera a la tienda por una cerveza.
Es una cagada que ya enmendé.


Subieron, pasamos rico, comimos demasiado, contamos miles de historias como disparadas con una metralleta contagiando a todos de risas... y seguro no lo volveremos a hacer, porque el tiempo mañana será diferente y no sabemos si habrá cumpleaños.



Me regalaron cosas bonitas. Eso alegra el corazón porque significa que te quieren, y bueno, da nuevos pantalones y ropa interior para ponerse.


Con el asado, la torta, la fogata, el tequila, la familia, los mensajes (que desde el primer minuto de diciembre) comenzaron llegar por las redes sociales y los servicios de mensajería, sonreí y a veces me quedaba en silencio recibiendo las palabras (y por ahí derecho las fuerzas) de los que aparecen en la foto, de los que no, de los que por alguna razón no leyeron el facebook o estaban ocupados salvando su mundo, de todos, de esos pocos buenos amigos, con los que cruzas la vida, de vez en cuando o todos los días y hacen que este viaje sin tiquete y con rumbo a ninguna parte valga un poquito (o mucho) la pena.

Adentro, de este niño, de 29 años, aún, quiere, se acobija, se arropa, no quiere, dolores, ni pesadillas, ni nada de nada horrible, y está temblando por vivir.


Y afuera, donde están los pájaros, los amigos, el frío, allá, en otro lado que no sos vos, en el otro, amigo, enemigo, desconocido o por conocer, amor, vida, trabajo, cotidiano, la puta guerra, el lindo país, las injusticias juntas, están, no pueden estar de otra forma, llenas, de luz, y de muchos, muchos, colores.

Lo que hay entre afuera y adentro, se llama abismo.

1 comentario:

Nobody Here dijo...

Me gustó mucho éste escrito. Personal, emotivo y muy bien escrito :)