Nadie dijo que iba a ser fácil.
En una mañana (de las primeras en la casa nueva) en la mañana, y a punto de salir, la moto varada: llanta trasera en el suelo (es una metáfora dolorosa y acertada). Rabia infinita!
Eso destroza el calendario e ideas que tenia para mi vida. Por eso, hay que respirar, pensar, y seguir la vida. Pero de una.
Caminar de ida y vuelta por carretera destapada.
Montar en buses intermunicipales, con y sin plata suficiente.
Dormir en la oficina como si toda la vida lo hiciera.

Y me digo: “andas loco Juan, cómo vivo por aquí, en la mitad de la nada”. Pero es una decisión de tranquilidad, de paisajes, de resistencia, de armarse una vida distinta.
De nuevo en la casa, a las 10.30 de la noche. No había gatos. Miraba a mí alrededor, y es como si fuera mi casa desde hacía mucho. Me adapto muy, muy fácil.
Chocolisto en cafetera para merienda y desayuno, y una noche tranquila, amplio y cómodo en mi habitación de segundo piso. Todo está en desorden, pero está. Menos los gatos, dice el informe.


Y yo ya comencé la revolución. Cueste lo que cueste.
El gato blanco aún anda en la oficina y está deprimido, el pequeño también (allá arriba), y la grande (arriba) no sé donde se fue. Yo soy el único feliz. Yo equilibro la familia. Luego ellos harán lo contrario.
Tengo fe, que yo tengo un Ángel que siempre está detrás de mí. Y ese ángel me protege, como dice una canción de moda.
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