viernes, 15 de abril de 2011

días malos, remalos, futboleros

Hay días en los que amanezco de entrada, mal. Otros, como hoy, que pintaba un día bonito, y con el paso de las cosas, de los minutos y las relaciones con los demás, empeoro, hasta terminal remal.

Quiero salir de la depresión, pero esa es la peor estrategia, antes más se hundeuno en el fango, que lo he dicho muchas veces, ese de los demás contra uno y de uno contra ellos, del sistema y de la vida en contra y uno corriendo en sentido contrario, de los normales versus los diferentes, de la lucha entre el negro y el blanco, de las negociaciones cotidianas donde sales vencido con el vecino o el amigo o el socio... Esas pequeñeces que hacen de la vida como siempre ha sido, ó que la convierten en otra cosa desconocida.

Tengo varias opciones para mañana. Las he pensado mientras voy a mil, o estoy mirando al suelo a cero kilómetros por hora.

Una, es dejar de vivir, y así dejarle a la vecina, a demás de la mierda de gato impregnada en la madera y los pisos, mis olores putrefactos por siempre en su linda cabaña rustica. Pero demasiado espectacular, y no vale la pena hacer correr a los que me han ayudado a vivir, a que vengan a la porra por unos pedazos de Juan David.

Dos, echarme a llorar, pedir vacaciones, hacerme un viaje de yage, dejar que este barco naufrague en cualquier costa, en cualquier cafetal y termine vendiendo tomates y viviendo para ver envejecer a mis padres y a mí mismo. A veces cierro los ojos, y maldigo los sueños y las aspiraciones y las invenciones, que me empujaron sin estar preparado a luchar por utopías mías.

Tres, acostumbrarme de una vez por todas a perder siempre, a ser empujado duro, a ser echado inmediatamente, a caerle gordo a todos los flacos y esbeltos, a ser anulado en cualquier concurso y celebración, a estar de ultimo y no porque ría mejor, a estar solo y espero no tan triste para lidiar con la Soledad que trae vivir a la contraria, como dice Bart Simpson: que es muy divertida de día, pero da miedo de noche.

Mientras tanto me curo las heridas de haber jugado (micro)fútbol después de muchos años.
Desisto de enviar cartas tristes lejos.

Y así necesite físicamente negociar algunas cosas, y las pospongo y las pospongo, con el riesgo de caerme, pero es para no alborotar un quinto avispero.

Mañana amanezco con los pajaritos, y me digo, “qué será hoy?”

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