Analogía de la revolución, vista desde un transeúnte.
Ser revolucionario es caminar en contravía, es bajar cuando todos suben, o subir cuando todos bajan, o ir cuando ellos vienen. Uno camina marcando una línea imaginaria, uno zigzaguea en medio del tumulto, hay una técnica para bajar, o subir, o ir en contra, porque uno estorba. La gente te mira, le da rabia que los obligues a moverse de su línea imaginaria, de su ya marcado camino, que recorre con el mismo afán de todos los días.
La revolución es ver todas las cabezas que suben, verlas moverse hacia tí, y empujarlas, y ganarse a mucho esfuerzo ese camino, el no perder la velocidad, pero tampoco ir a la velocidad de los otros. El revolucionario camina y observa, para aprender como se sube, como se debe hacer, para luego, intentar otra dirección, ¡qué tal una diagonal, que tal cambiarse de acera!
Cuando uno es revolucionario, cuando uno camina en contravía todo es más complejo, pero es (más) satisfactorio. Si ves bien, si paras bolas, si haces el ejercicio de bajar cuando todos suben (recomiendo hacerlo en hora pico y en zona céntrica), notaras que te miran, que obligas a cambiar de ruta al otro, que te haces notar (esto para los egocéntricos), que te encontraras con algún conocido, porque lo ves, porque alcanzas a verle la cara (subiendo o yendo por el mismo camino, uno nunca ve hacia el lado, le da pereza ver lo mismo, le da pereza mirar por el rabillo), y a veces, le acuerdas a otro que él no iba para arriba, que él debería de ir hacia abajo, que esta equivocado o simplemente se le olvido algo.
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