Pero hoy, antes de llegar al cementerio, me encontré en medio de los locos, a un loco amigo: Reinaldo Piedrahita (El que ayuda a recoger instrumentos en la Retreta del Domingo).

Recuerdo que crecí rodeado de “mandaderos”, que eran los locos del barrio, o del pueblo, quienes nos hacían los mandados malucos: Llevar almuerzo a la plaza, hacer la fila del banco, ir a apagar el ficho al hospital, botar la basura, cargar las cajas pesadas... Todo, a cambio de comida, un tinto, y monedas para los cigarrillitos.
Locos de atar. Locos de nacimiento. Locos de droga. Locos de la vida. De todo tipo se paraban en la puerta de la casa, y decía en su lenguaje: “Que Pillo manda a decir que le manden lo que tiene en la nevera”.
Nunca me importo saber los nombres, nunca supe donde vivían o donde sufrían. Un buenos días, un café, un mandado, dos mandados, el almuerzo, la tarde pegachenta, mi padre les daba plata, y se perdían días enteros.
Algunos locos me vieron crecer. Otros, muchos, yo los vi morir.
Mientras Reinaldo me abrazaba, diciéndome que me cuidara, recordé que a pesar de todo, siempre se me olvido que ellos están mal de la cabeza, y yo sentado en el “quicio” la puerta o sentado en un bulto de arracacha en la Plaza de Mercado, les conté mis historias, y escuche las de ellos, y me entere que eran grandes personas, con almas buenas pero con vidas absurdas.
Hoy, recuerdo que yo tengo un poco de loco. Solo un poco.