Hoy, Panderos dulces en bolsitas de mil, comprados y comidos mientras daban paso en la falla geológica que te dice: “Bienvenido a Santa Elena”.

O cuando viajaba para Betulia, que en Concordia comprábamos “cosas dulces” a los vendedores que se subían con sus bandejas.
O la mano estirada de mi tío cuando era taxista, o de mi papá sacando los billetes para darle al niño “eso que le gusta tanto”.
Panderos con guayaba por dentro comidos mientras el viento entra por la ventana, o mientras el chófer del bus le pone más volumen a la radio, o mientras el cielo azul y las cuervas, se me pasaron por la mente. Hoy me llene de imagenes y sabores rápidos, secos y dulces, como los panderos de peaje o de derrumbe.
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